Microsoft, que había dado el primer pelotazo con MS-DOS, lanza otro de sus grandes éxitos: Windows. En esta época Windows es completamente impracticable. Quienes fueron valientes para probarlo entonces todavía tienen las cicatrices. No será hasta la versión 3 en que deje de estallarte en la cara más del 60% de las veces, y hasta Windows 95 con sus mayormente 32 bits que se pueda declarar como vencedor en la guerra por una posición dominante en el escritorio, que hasta hoy dura. Se pueden decir muchas cosas de Microsoft (y los progenitores de sus directivos), pero no se les puede negar que aprovechan las oportunidades clave. Windows ejecutaba las aplicaciones heredadas de DOS y añadía algunas imprescindibles como el buscaminas y el solitario, grandes aportes a la productividad en el siglo XX.
En realidad las primeras versiones de Windows no eran sistemas operativos completos, sino una capa de presentación gráfica que se ejecutaba encima de MS-DOS. Las primeras versiones además no usaban protección de memoria, de forma que cualquier error en un programa podía provocar que el ordenador completo se colgase o reiniciase. Poco a poco el privilegio de provocar nuestros queridos pantallazos azules se ha restringido a los controladores, como el de la ATI de mi portátil que… pero volvamos al tema.
No es una novedad que se desarrollen auténticas sectas de amantes de un determinado programa. Microsoft sin embargo consiguió algo relativamente nuevo con Windows: un enorme grupo de gente que lo odia con toda su alma, muchos con el toque perverso de ser ellos mismos usuarios de Windows.
La conclusión que se puede sacar sobre el éxito de Windows es que la compatibilidad, la rapidez en llegar al mercado y la facilidad de uso valen más que cualquier otra combinación de características si lo que se quiere es llegar a más gente. O no, o sí, o yo qué sé.
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